CAFÉ CON NEUROSIS
Inteligencia artificial
La inteligencia humana puede hacer daño, mentir, amar o crear. Pero es inteligencia. No es nada artificial
Me gustaría ser ministra (17/04/2023)
Zafiedad y cobardía (9/04/2023)
El otro día, tras una comida familiar, mi hija y mi yerno me enviaron al móvil la conexión con una inteligencia artificial, que dice llamarse LuzIA. Me instaron a que le preguntara algo sobre mí, y puse mi nombre. ¡Qué disgusto! No habían ... pasado cuatro o cinco segundos, cuando me enteré de mi fallecimiento, en el mes de abril de 2021. Pensé que se había confundido con otra persona, pero a continuación había unos datos biográficos en los que sí me reconocí.
Naturalmente, aquello fue el principio y el final de una relación, pero LuzIA tenía ya mi número de teléfono y, a pesar de haber 'fallecido' yo hacía más de dos años, al cabo de solo dos días me envió un WhatsApp preguntándome en qué podría servirme. Pues, mira, eso me llenó de cierto sosiego espiritual, porque al parecer la Inteligencia Artificial está convencida de la vida ultraterrena, y prueba de ello era que no le importaba hablar con un cadáver.
A pesar de ello no contesté y, al cabo de unas horas, volvió a enviarme un mensaje ofreciéndose a contarme alguna «anécdota» de mi ciudad. Como soy desconfiado, malicié que quería corroborar el nombre de mi ciudad, y le contesté que sí, que me contara alguna anécdota de Lisboa, que está bastante lejos de mi Zaragoza. En pocos segundos, me contó la «anécdota» del terremoto de 1775, que provocó un tsunami que inundó gran parte de la ciudad. Como, tras informarme de mi fallecimiento, no me fiaba demasiado acudí a corroborar los datos en internet, y, en efecto, la noticia era cierta y habían fallecido más de 100.000 personas. Esa era la anécdota. Me imagino que un chiste sobre Lisboa para LuzIA será el vuelco de un autocar con solamente una docena de muertos. Desistí de más consultas y, al cabo de dos días, me preguntó: «Luis ¿en qué puedo ayudarte?». Lo sensato hubiese sido borrar la aplicación, pero quise provocarla, y le contesté que no me llamaba Luis, sino Alberto. En un instante me respondió: «Perdona, Alberto: ¿en qué puedo ayudarte?». O sea, que además de creer en el más allá LuzIA no es suspicaz, ni discutidora. Mejor.
Pero prefiero las inteligencias humanas, algunas tan portentosas como la de Pedro I, el Mentiroso, que está obsesionado con los votantes menores de 30 años, y, ahora, les va a subvencionar viajes por Europa, mientras él busca solares para ver dónde se construirán las decenas de miles de viviendas que no costarán casi nada alquilarlas, porque esa ronda la paga él. O la de mi nieta Zoe que, a sus 10 años -y desde los 8- le sueltas una hipérbole sobre cualquier asunto, con semblante serio, como si fuera verdad, y sonríe o suelta una risa cómplice. La inteligencia humana puede hacer daño, mentir, amar o crear. Pero es inteligencia. No es nada artificial.